Perla la puso en la mesa. La Torreta, 2009 (foto. C. M. C.). |
A la atención y sensibilidad de mis amigos Carmen Gracia, Carmina Pastor y Lorenzo Caruana.
Liebres resucitadas
Cecilio Martínez
Cerdán
(Revista TROFEO, octubre de 2002)
Todos hemos escuchado casos en los que, tras el disparo, la rabona cae fulminada para, poco después y como por arte de magia, levantarse y salir a la carrera dejando perplejo al cazador. Sobre este tipo de "resurrecciones" tan frecuentes como poco estudiadas de un modo científico, reflexiona el autor de estas líneas.
En una joya de la venatoria menor
española: Aventuras, venturas y
desventuras de un cazador a rabo (Delibes, 1977), hay un párrafo del
maestro que cierra el anecdotario titulado “Las liebres de Castilla” (págs.
42-43, Destinolibro, 1985), cuya lectura me sorprendió enormemente por cuanto
me descubrió, en veintisiete líneas contadas, lo que para mí era hasta
entonces un verdadero misterio. Que sepa, todavía es hoy uno de los “secretos
del campo” que nos guarda a muchos este hermoso animal, por comportamiento tan
propio como enigmático. Sobre todo por la escasa literatura cinegética que lo
aclare de modo práctico o científico; siendo, por el contrario, cuantiosos los
casos de resurrección de liebres,
como pude comprobar en cuantas ocasiones tuve de preguntarlo, luego de leerlo
en Delibes.
Tratándose de un “secreto a voces” entre
los cazadores, creo que no es gratuita la referencia y vale la pena plantearla
abiertamente; pues aunque cada uno tenga su versión, como es de lógica, estoy
seguro que hay lebreros y cazadores en general que lo saben “a ciencia cierta”.
Y claro es que no por una cuestión de ciencia infusa, sino porque en sus
observaciones e investigación, de algún modo, se les ha desvelado el enigma de
manera determinante. Yo aportaré lo mío, aclarando antes al lector no avisado
la importante referencia traída arriba.
El autor cobrando una liebre con Nelo (El Roble, Peñas de San Pedro, 1980) Foto: Enrique Gil. |
En dicho anecdotario –5 de diciembre de 1971– escribe Delibes
sobre dos liebres antitéticas o de
comportamientos totalmente opuestos: una que tocada, pero viva, sin haber
observado el menor estremecimiento, ni la
más mínima contracción, se larga a morir fuera del alcance de mi vista, recorriendo sin
inmutarse cerca de un kilómetro de
barbechos erizados de terrones; y otra –la que nos importa aquí–, una
liebre muerta que, de repente, resucita, da la espantada y
se larga a criar (...) mientras mi hijo ahuecaba el morral, y tras un tiro
certero en que la rabona dio dos voltinetas y quedó tendida en el suelo(...)
Mas, como es lógico –continúa Delibes–, de
inmediato surgen las cábalas: ¿Puede una liebre resucitar? ¿Cabe en estos
bichos una astucia tal que les lleve a fingirse muertos para eludir el acoso? A
mi juicio ninguna de las dos cosas –y concluye, tras relatar un caso
similar en una perdiz: ¿Motivo? ¡Vaya
usted a saber! Aunque lo más probable es que un plomo le rozara la cabeza
privándole momentáneamente del
sentido.
Con la perdiz (dejando a un lado las de
torre, que es un caso bien distinto y claro: un plomo mortífero que les hace
perder primero el sentido de la orientación), me ha sucedido una vez en unos
treinta años de caza; habiendo descolgado, de monte, una cifra cercana a las
doscientas. Agacharme a coger la perdiz, malherida, aleteando, y remontar ésta
de súbito briosamente del suelo, ganando altura a favor del viento y
perdiéndose por la traspuesta. Pero ya lo he dicho, en mi caso estaba
claramente malherida. En el relatado por Delibes, estaba –dice–, inmóvil y patas arriba; o sea, aturdida
por un perdigón en su conjetura final.
Liebre de piornal, matacán, cogida a la carrera por Perla, 2009 (foto: C. M. C.) |
Con la liebre, sin embargo, me ha
ocurrido dos veces y no he revolcado más de cuarenta; al haberme dedicado casi
exclusivamente a la perdiz y haber cazado la rabona en tierras alicantinas,
donde no es tan abundante como en las dos Castillas.
La primera quedó inmóvil a unos veinte
pasos, entre la polvareda del disparo en una senda de monte. Cuando me incliné para cogerla salió de
estampida hacia lo alto trasponiendo dos lomas consecutivas, como si nada. Dos cazadores que observaron el asunto
de cerca –con la experiencia de la edad y tres podencos– decidieron ir a por
ella, comentando: “Cuando le dé el aire de la traspuesta está muerta”. Yo me
iba por la hora y ellos se quedaban a comer. A la semana siguiente les pregunté,
y nada de nada. De esto hacen ya veinte años y me quedé con el misterio; pues a
nadie, antes de leerlo en Delibes años después, le había oído comentar caso
semejante.
La segunda fue a media falda de una
umbría, mostrada por Marquesa bajo un pino cuyas ramas tocaban el suelo. Yo,
ante la muestra, estaba inmóvil arriba, y la braca, rompiendo de pronto, dio
tres recortes rápidos y consecutivos –de izquierda a derecha por la parte baja
del pino, cortándola–, metiéndome la liebre escurrida en los pies que, casi
tropezando con ellos, giró bruscamente a mi derecha por la senda donde yo
estaba plantado; revolcándola, sin patalear, a unos veintitantos pasos.
Mientras cargaba, dejando que la perra la cobrara, observé que al mismo
instante de hacerlo, al notarse tocada por las fauces del can, la liebre
despertaba de su inmovilidad y se revolvía pataleando; mas no valiéndole ya
coplas en el asunto, porque la perra la apretó dos veces encima de los
costillares.
Consciente de la cuestión, y mosqueado por ese súbito despertar,
despellejé la liebre con esmero; puesto que la naturaleza del lance me brindaba
una oportunidad única, casi científica al cien por cien. ¿Resultado? Nada de perdigones; de patas a orejas
¡Cómo no fuera qué éstos hubieran coincidido con los orificios y desgarros de
los colmillos! –cosa casual, pero posible, con lo que la duda estaba de nuevo
servida; y los cuales, del ocho, tampoco aparecieron luego en el plato.
Matacán desollado, "enmagrecido". 2009 (foto. C. M. C.) |
Poco antes de esta experiencia, quizás un
año, había hecho la primera pregunta a mi amigo Juan Albert, hombre sensible y
de gran memoria que ha gustado y gusta todavía mucho de esta caza en tierras de
El Pinós, Alicante. Su respuesta fue tan pronta como “a bocajarro” y escueta la
pregunta (como me gusta hacerla, aunque dependiendo de los cazadores):
— Juanito,
¿a usted se le ha resucitado alguna
liebre?
— ¡Ya
lo creo! ¡Y la teníamos agarrada
entre las manos, el Tío Patró y yo! Y diciendo, “mira qué bonica, qué pelo
que...” ¡Tú! ¡Va pegar un salto! ¡Cataplam! I
s´en va anar corrent... (Acababa Juanito, hablando en valenciano, mientras
hacía una V con los dedos, trotando y fintando, que era la viva imagen de la
liebre largándose a criar). Luego añadió:
— Desde
entonces, el Tío Patró, quan agarrava una
llebre, li donava una bescollada [pescozón], no fiant–se d´elles.
Ante caso tan excepcional y maravilloso -que nos descarta, además, el que la
liebre se haga la muerta; al igual que en el anterior caso, al dejarse coger por la perra–,
ni que decir tiene que uno siguió preguntando, por ver qué más se le arrancaba.
Destacando de entre ellos dos más. Uno, ocurrido al padre de un amigo, por el
hecho importante –único entre todos los interrogados– de que el cazador observó
sangre al ladearla con el pie, y cuando se giró para cogerla vio cómo se le
largaba, mientras había preparado la bolsa a sus espaldas. Del otro –sucedido
al suegro de otro amigo, aunque distinto por no haber desvanecimiento–, por el
hecho de que la rabona, tras el disparo, salió corriendo con mucha torpeza y
conforme era perseguida por la perra del cazador fue, poco a poco, recuperando
su normal carrera, perdiéndose.
El resto de careos han venido a coincidir
con lo relatado por Delibes de su hijo: una liebre muerta que desaparece en una loca
carrera, tras dejar la escopeta para meterla en el morral (a mi hermano,
sin ir más lejos, cazando en La Mancha). Y así en más de un setenta por ciento,
aproximadamente, de los casos preguntados; los cuales, no superando la docena,
vienen a confirmar ese “secreto a voces” de que hablaba o frecuencia de casos
con este animal.
Mi conclusión, computando todos los casos
expuestos –directos e indirectos–, y eligiendo una tesis en la que cualquiera
de ellos encaje, sería que en la rabona
se produce un síncope o colapso, independientemente de que haya sido, o no,
herida; bien que muy levemente. Y
esto último sí es claro e importa subrayarlo, puesto que esta liebre, aun
herida, se nos larga en el cien por cien de los casos “más viva que la madre
que la parió”; y de no haber sido presa, obviamente, por otra circunstancia. La
levedad de un percance con desvanecimiento momentáneo y repentina recuperación
viene a ser, grosso modo, una
definición de lo que se conoce como síncope leve; del tipo que sea: cardíaco,
respiratorio, neurogénico, etc., e incluso mixto; desencadenados por una
hipotensión instantánea que ha sido provocada, en nuestro caso, por el tremendo
estrés del animal unido al artificioso trueno, y que según el tipo o cuadro al
que afecte (razón por la que afirmo que pueden, o no, haber perdigones), sincopizan
la defensa de su carrera.
Hasta aquí resulta todo factible. Tanto
como el que la rabona se hiciera la muerta, si no fuera porque queda descartado
al dejarse coger en dos de ellos.
Pues, de otro modo, no habría motivo para hacerlo al apreciar a menudo en la
naturaleza autodefensas, si cabe, mucho más increíbles.
Sin embargo, la cosa tiene más enjundia
de lo que parece. Pues si con esta tesis viene a tener cabida cualquier caso de
liebre resucitada (debido, además, a
que existen diferentes grados de síncopes: desde levísimos hasta fatales, dando con ello juego a la
disparidad de casos), no viene a serlo, para nada, con el gazapo. Es más, tan
siquiera se nos plantea. En efecto, a nadie se lo he oído referir –jamás– del
conejo, por más que haya preguntado; ni me ha pasado con él habiendo revolcado
el doble que de liebres. Y, claro, lo que no acierto a comprender, por mucha
lógica que posea (y aunque derive
de ello), es: ¿Por qué no iba a
quedar sincopizado o sin sentido
momentáneo este logomorfo, tras el roce de un perdigón; siendo otro
mamífero, para el caso, de idéntica constitución orgánica y mismo sistema
nervioso central?
A
mi amigo Juan Albert.
http://www.ppvaldeavero.es/Columna_de_Opinion/atletas_de_la_estepa.pdf.